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(世間於戦争: 王の初, Seken o Sensō: Ō no Hatsu) | |||
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Información | |||
Saga | Yashamaru Gaiden: Entre la Lealtad y el Poder | ||
Personajes | |||
Kaguya Ōtsutsuki Kiyoshi L'Empereur | |||
Jutsus | |||
Habilidad Gravitacional | |||
Objetos | |||
Cristales Kagami Wasdaña |
Mundo en Guerra: El Primer Rey (世間於戦争: 王の初, Seken o Sensō: Ō no Hatsu) es el capítulo # de Akatsuki Afterlife, perteneciente a la saga "Yashamaru Gaiden: Entre la Lealtad y el Poder"
Un Rey Indiscutido[]
Juran su lealtad y se someten al primer Rey tres sumos sacerdotes, siete sacerdotes, ocho reyes, cinco príncipes, veintiún lores, dos daimyos, cinco comandantes generales y siete grandes maestres, de las mayores y más prestigiosas órdenes militares de su tiempo. Todos aquellos reinos, principados, teocracias, todos se sometieron al rey sin tierra, le prometieron su fidelidad, sus fuerzas, ¿qué hacía merecedor de tal cosa a un joven de tan solo diecisiete años recién cumplidos y que tan solo era lord de un insignificante territorio boscoso al borde de la tierra? Su poder, ¿cuál poder? Si la marca de Waldverwüstet apenas sí lograba reunir los mil efectivos mínimos necesarios para sostener el poder de la más pequeña de las marcas.
No, no era aquella la razón, radicaba en su poder personal. ¿Cuál era su poder propio? Poseía un don especial, él podía imbuirse en un manto especial, y con aquello destrozar a una compañía de cinco mil profesionales en combate sin ningún problema. Él era sin lugar a dudas el mejor guerrero de aquel su continente. Así, tras vencer y masacrar a quince mil hombres junto al comandante de tal fuerza (el tercer rey mas poderoso de su continente) en conjunto a ciento cuarenta miembros de su tierra y clan, se proclamó a sí mismo como el Rey Negro sin tierra, lord de Waldverwüstet.
Una habitación hecha de piedra gris plata, opaca, oscura, llevaba un trono en medio hecho del mismo material. Una capa hecha de piel de zorro de las nieves descansaba en el respaldo de la misma, con el reborde de negras plumas de cuervo surgiendo de la misma como manando de una fuente desesperada por volver a ver las aguas del río. La cadena de plata de la misma, confeccionada para darle un soporte firme a la capa, deslizaba unos cautivantes destellos blancos, aunque poseían la extrañeza de un curioso reflejo dorado. Un prendedor de plata, con un libro y una pluma sobre el mismo representados, abiertos en un campo vacío; sobre el mismo parado un cuervo hecho de una plata más oscura, los ojos del mismo fabricados con unas increíblemente bellas gemas (posiblemente unas espinelas puras), el cuervo se paraba sobre el libro con una pata, mientras en la otra llevaba un pequeño y apenas si notable pergamino doblado, algo deshecho.
La luz de lo que parecía ser una perpetua pero oscura luna llena caía sobre el cuarto, iluminando débilmente todo, apenas sí podía encontrarse una sombra tomándose el trabajo para buscarla. Frente al trono y en la pared opuesta, se encontraba un grandioso portal, extrañamente tapiado con la misma roca de la habitación. Era una puerta que daba a la nada. De repente, una luz violácea lo colmó, desbordando hacia fuera con un porte regio. Unos segundos mas tarde de la misma surgió una figura joven. Un muchacho de no más de veinte años de edad salió del portal, caminando con paso calmo hacia el trono.
Cabellera negra como noche, piel clara como inocencia, apenas sí algo de ropa oscura con unos detalles en metálico dorado, brazaletes. Ojos rojos como brasa ardiendo en los más profundos fuegos infernales, pupilas con seguridad intrínseca en sí mismas. Puntos negros de firmeza entre un mar de sangre hirviendo en su caldo de cultivo real. Tras él venían dos figuras, pegadas como sombras a una estatua de la libertad de ideal y justicia perfecta, idílica y utópica figura inconsistente, perdida en los ojos de un necio soñador deseando verla en el brillo de la aurora de los fríos días del invierno en el bosque.
Kiyoshi: ¿Por qué es que solo conservamos aquello a lo que no nos amarramos? Hay tantas cosas que uno desearía tener, ver, poseer. Hay condiciones, hay dolores, hay vidas, hay tantas cosas... Yo al menos solo preciso dos. Mi gente y esto, no podría ser sin la sangre de mi sangre, la vida que salvaguarda mi vida, el amor que trasmite mi pueblo. Amigos, ¿creen que podremos mantener esta paz complejamente delicada pero tan verdadera como la más férrea de las pasiones?
Asistente: Señor, mi rey Kiyoshi, con usted al mando estaremos seguros, logró unir todas las tierras de la enorme Confederación bajo su bandera, Waldverwüstet es sin lugar a dudas ahora la Confederación misma.
Kiyoshi: Bah, las cosas que nos parecen indestructibles son las mas frágiles, solo nos pueden traer confianza porque tenemos la esperanza ciega de que no aparecerá nada ni nadie que sea más fuerte y pueda con ello. No existen ni una fuerza irrefrenable ni un objeto inamovible, recuérdalo.
Asistente: Sí, mi rey.
En ese mismo momento, la Puerta del Rey volvió a iluminarse con un chakra violáceo, entrando así un mensajero con gran agitación. Con perlas de sudor en la frente, colocó una rodilla sobre el frío suelo de piedra del cuarto, agachando la cabeza ante quien era su rey.
Mensajero: Mi señor... Los recientemente conquistados pobladores de Aintza Hilobiak se están levantando contra su dominio.
Kiyoshi: ¿La gente de Aintza pretende levantarse contra mi? ¡¡Contra quien los sacó de la vida que llevaban gracias a su regente!! ¡Idiotas! Preparen todo lo indispensable para que Trostlosigkeit siga tan brillante como siempre, parto hacia Aintza.
Chasqueando su dedo desde el trono, el portal cambió para mostrar las montañas aledañas a la ciudad de Aintza.
Kiyoshi: La ingratitud de la humanidad deberá desaparecer tarde o temprano, para prevenir su propia desaparición...
Final de Juego[]
Desde un peñasco en la lejanía de Aintza Hilobiak, Kiyoshi, él mismo en solitario, observaba el poblado insurrecto, quienes se levantaban contra su justo mandato como heredero de Aintza, tras haber matado al anterior líder en un combate de paridad. Como lo dictaban las antiquísimas leyes de la vieja Confederación, aquél Reino, Ducado, Marca, Condado o Priorato, del cual no quedasen vástagos de la casa heredera, y cuyo último miembro en vida sea dado a muerte en un combate de paridad, sería automáticamente y sin excepción de ningún tipo, recaído en la casa del ejecutor de la casa anterior. De esa manera se regulaba la fuerza de los diferentes lares de la Confederación, y esa no había sido la excepción del expansionismo lícito impuesto desde el liderazgo de Kiyoshi a Waldverwüstet, nunca nadie antes había estado cerca siquiera de unificar toda la Confederación en un Imperio, hecho del cual el Rey Negro se sentía orgulloso. El último Lord independiente de la Confederación había muerto por su mano hacía tan solo tres meses.
Kiyoshi: ¿Qué acaso no lo dictaban de esa manera las leyes ancestrales por las cuales nos hemos regido desde que tenemos uso de palabra? ¿No está dicho que un pueblo cuyo antiguo líder sea muerto por un combate de paridad debe por cuestiones de honor recaer con toda la gratitud posible en el vencedor? Rebelarse de esta manera rompe con la costumbre de todo un continente, rompe con lo que nos hace a Nosotros... Si la población de Aintza Hilobiak se opone a los códigos marcados por los ancestros, Aintza debe desaparecer de la faz del continente y nuestra Tierra.
Dando pasos al son de una marcha fúnebre hacia el precipicio, finalmente apoyó un pie en la nada, y despidió al otro de la firmeza de la realidad. Flotaba en el cielo, y se movía grácilmente por el aire, inclusive más de lo que lo hacía en tierra. Desde el cielo veía la vida en la aldea, y en la Regencia veía ondear aún el pabellón del finado, eso sin lugar a dudas sacaba lo más furioso de su ser, en sus manos el brillo de su poder inconmensurable titilaba tentando a la creación de la destrucción: Sodoma, Gomorra; la destrucción podía acaecer sin problemas contra lo que llamase las iras de un poder mas allá de nuestra capacidad de comprensión.
Kiyoshi: Que sobrevenga la Judeca...
???: ¿Tu lo crees? ¿Puedes dominar esta zona? Aintza ya no pertenece a tu país, retírate por favor, Rey Negro.
Dándose la vuelta, Kiyoshi observó a un extraño "hombre", ataviado con una larga túnica blanca, en su cabeza curiosamente llevaba algo similar a una cornamenta. Tal como el Rey, flotaba en medio del aire. Moviéndose con cautela hacia él, Kiyoshi cruzó sus brazos. - ¿Y quién dice o hace efectivas tus palabras? A mi manera de verlo solo es un insulto para todo Waldverwüstet y a mi persona, como el soberano... Dame un motivo para que no te mate ahora, extranjero en tierras no correspondidas. - Extendiendo su mano a un costado, una guadaña apareció y fue a posarse con suavidad en las manos de Kiyoshi. Su contrincante adoptó una posición de combate y se alejó levemente en el aire. - Solo te estoy advirtiendo, Kiyoshi. Este no es tu reino ya, retírate, pertenece a nuestra gente ahora, no a la tuya.
Con un movimiento relampagueante, Kiyoshi se posicionó tras el Ôtsutsuki, cortando a la altura de la cabeza; este al agacharse esquivó el corte pero no lo suficiente, cayendo uno de los característicos cuernos de su especie al vacío. - Eso no fue algo muy educado... - Con furia contenida el extranjero comenzó a lanzar una ráfaga de golpes físicos, potenciando los mismos con huesos mas duros que el acero, surgidos de su propia piel. - Tampoco lo es ocupar territorios ajenos, escorias. - Bloqueando con la guadaña, logró bloquear todos y cada uno de los golpes del Ôtsutsuki, sin duda alguna no era nadie a comparación de los líderes entre los extranjeros.
¿Y si te dijera que ya estás perdido, pobre Ôtsutsuki de bajo poder? ¿De verdad crees que tu solo puedes contra mi? Vamos, dispárame tu mejor golpe, no tienes posibilidades. - Respondiendo al desafío que le había lanzado el Rey, disparó unos huesos capaces de desintegrar todo aquello que tocasen, y antes siquiera de estar a dos metros de Kiyoshi, se desintegraron en sí mismos. Extendiendo una mano hacia delante, formó una Lanza Oscura Kagami, y apuntó la misma hacia el Ôtsutsuki. - Efectivamente muy débil y lento, los destrocé con unos rayos sin que percibieras el movimiento de mi mano o el destello. Ahora despídete de la vida, la muerte espera y la reencarnación difiere en tu existencia para la Rueda. Adiós, pequeño chiste de rival. - Como la oscuridad seguida de la luz para volverse a apagar, así pasó la lanza a través del desdichado, quien con un enorme hueco en el pecho se fue hacia el vacío, con su cuerpo desarmándose por el daño tan crítico sufrido. - Si el resto de Aintza son como tu, arderá como la pasión de un moribundo por salvarse a sí del desastre, aunque le sea inútil. - Tras decir estas palabras terminó de bajar a Aintza Hilobiak.
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Kiyoshi: ¡¡Aintza Hilobiak!! ¡¿Con qué derecho se separan del Imperio de Trostlosigkeit?! Vuestra avaricia y desprecio por las tradiciones imperiales le costarán la vida a todo este territorio.
Apuntó una mano hacia el centro de la aldea, y creó una poderosa lanza en su elemento, que al dispararse devastó todo en su paso, para explotar allí. Subiendo a la punta de la torre más alta de Aintza, subió una mano sobre su cabeza mientras un rizo de dolor caía sobre su rostro, la gota de sudor última de la tierra caía de su sien. La gran bola de oscura decepción se formaba sobre el monarca, buscando la destrucción del impío súbdito. De una ventana enfrentada salió una joven, acompañada de un niño y un anciano, que parecía ser su padre. - ¡¡Espere mi rey Kiyoshi!! No nos condene a la perdición de mis congéneres, mi familia permanece fiel a su reinado, no queremos... Morir lejos de nuestra natal Waldverwüstet, es algo que no deseamos, mi señor. Como mercaderes hemos llegado hasta puntos tan lejanos como este, pero añoramos nuestra tierra, permítanos vivir allí.
Kiyoshi: ¿Y yo qué pruebas puedo tener de que esto que me dicen es cierto? Lo perfecto sería que me demostrasen vuestra verdad para ganarse la salvación.
Tragando algo de saliva, la joven se abrió ligeramente un costado de su chal, mostrando un prendedor con el símbolo de la casa real de Trostlosigkeit, el niño y el anciano hicieron lo mismo; todos portaban el mismo prendedor, el cuervo parado en un fondo blanco de nieve y pureza. - Fieles a la verdadera casa... Sería injusto matarlos a ustedes junto con los traidores. Han demostrado merecerse vuestra propia salvación. - Chasqueando los dedos, la puerta de Waldverwüstet emergió e hizo acto de presencia frente a la ventana de dicha familia. - Crucen, y no den vuelta atrás, o el infierno los arrastrará con Aintza a su última fosa. Los veré nuevamente con el correr de los días.
Joven: Gracias por permitirnos huir de un destino injusto, nuestro amado rey.
Al terminar de cruzar la familia, el portal desapareció en la misma nada, mientras que la dolorosa realidad de los traidores se unía en manos de Kiyoshi. Ascendió algo más hasta los cielos, y la muerte silenciosa extendió sus placeres sobre Aintza, callando a toda alma del lugar. Donde antes hubo vida ahora solo quedaban cadáveres entre escombros, pesar y resignación.
Foja Cero[]
Flotaba solo sobre el espacio muerto de lo que fue Aintza Hilobiak, había demostrado su poder y su título al destruirla. La brisa arrastraba las cenizas de los impíos insurrectos. Los translúcidos orbes violáceos que colmaban sus manos se disolvieron, mientras el Rey bajaba a posar nuevamente sus pies sobre la tierra.
Kiyoshi: Cuanto silencio...
La piel carbonizada, en algunos casos ni eso. El aliento de la parca reflejado en las bocas abiertas en un grito desgarrador surgido de los huesos de los fenecidos. La sangre seca pegada a los huesos, a los cuerpos. Incluso la sangre flotaba atomizada contaminando el ambiente con un carmín de muerte. Se pegaba a la piel, impregnaba el cuerpo de Kiyoshi en las muertes que había él provocado. - ¿Por qué tuvieron que forzarme a esto? Idiotas... La muerte yacerá ahora eternamente entre mis manos, muerte que pudo haber sido evitada. - A espaldas del monarca se abrió una falla espacial, de la cual salió una joven atractiva, perteneciente a la raza de los que se hacen llamar Ôtsutsukis. Apoyó su mano con largas uñas sobre el hombro de Kiyoshi, y acercó sus labios a sus claros oídos. - ¿La muerte de estos infrahumanos te genera pesar acaso, Rey? ¿No son solo la parte mas débil? El mundo debería ser solo para los fuertes, como tu, como yo. Como tu estirpe, Kiyoshi. - Colocando una de sus manos sobre la de la extraña, Kiyoshi la apartó con suavidad al tiempo que volvía a darse vuelta. - ¿Y tu quién eres? Debes saber que por mas que no posean ni siquiera atisbos de mis capacidades, esas personas eran valiosas. ¿Cómo se mantiene una gran nación si no es por esta clase de eslabones? Sin ellos, no existiría el Imperio de Trostlosigkeit, obviamente que los tengo en cuenta y alta estima. El mundo debe ser para todos, princesa extranjera.
La expresión de la princesa se ensombreció en la medida en que el soberano pronunciaba esas palabras, alejó su mano de sus hombros así como a su rostro de su oído. - ¿De verdad crees eso? - Apreciando con detenimiento las facciones de la princesa, Kiyoshi pudo apreciar sus delicadas y claras facciones, a tono con unos ojos blancos como la luna tras ellos; un muy pulcro púrpura real sobre sus labios. Su largo cabello plateado a tono con su kimono ornamentado con una gran cantidad de tomoes. Estiró un brazo hacia ella haciendo un ligero florete, pidiéndole el honor de acariciar su rostro, a lo que ella accedió moviendo ligeramente su rostro hacia él. - Si no fuera por esa curiosa cornamenta, entrarías sin problemas entre las mujeres más bellas que he conocido, princesa... - Con una ligera caricia sobre su mejilla, le indicó que esperaba una respuesta de la misma, ella tomó con una mano fresca la mano con la que el Rey le propiciaba tal caricia, y la separó ligeramente de su rostro. - Ōtsutsuki, Kaguya Ōtsutsuki.
Kaguya: ¿Y por qué te quedas aquí y no vuelves a tu palacio, Rey Negro? ¿No deberías acaso buscar un séquito para una princesa como yo?
Kiyoshi: Claramente iría, pero hay algo en mis pensamientos que me detiene de tal cosa, creo que mi presencia es necesaria aquí, incluso cuando ya no existe este "aquí".
Kaguya: ¿No añoras descansar en tu sillón?
Kiyoshi: ¿Por qué eres tan inquisitiva? ¿No tendrás información sobre algo que yo no acaso, princesa?
Kaguya: ¿Qué te hace suponer eso? ¿No he actuado con la verdad en todo momento, Rey?
De un movimiento increíblemente veloz, rodeó con un brazo a la princesa, apoyando su mentón sobre su hombro, para susurrarle al oído. - Se que algo raro está sucediendo, la sensación que recibo de la zona de mi capital es rara, como si se encontrase toda perturbada. ¿No sabes nada al respecto? Tu tienes poderes como yo, puedes distinguir tanto como yo eso mismo, igual que el ojo que estás escondiendo en medio de tu frente. Yo no me avergüenzo de mostrar los cristales que me bendijeron, aunque el precio de la bendición fuera el mal que tanto "bien" ha hecho para mi. - Chasqueando dedos en su mano izquierda, una flama albinegra tembló fatuamente frente a su índice, y posó su dedo contra la frente de la joven. Con un rayo de luz, un tercer párpado cerrado hizo acto de presencia en su frente, que se abrió revelando un ojo rojo con nueve tomoes y varias escleróticas, que miraba fijamente a la nada. - Ya está, ahora nos hemos presentado como se debe, ¿no lo crees Kaguya-hime?
Posó sus labios sobre la sien de la Princesa, y en su mente se desarrollaron visiones, pudo ver a todo su Imperio, desde el punto más ínfimo hasta la capital, la ciudad de Waldverwüstet, siendo en ese mismo instante reducidas a ruinas por parte de los seguidores de Kaguya, que avanzaban sin distinción ni discriminación sobre el pueblo, masacrándolo en toda medida. La sangre inundaba las baldosas de la ciudad, que se manchaban permanentemente con esa desdicha, pese a ser un antiguo imperio fundado en los combates, eso incumplía las leyes tácitas de Trostlosigkeit, que protegían a todos los que no eran capaces de utilizar armas de ser asesinados en dichos conflictos. Aunque en ciertas ocasiones hubiera sido incumplido, nunca se había llegado a masacrar completamente una ciudad. El rostro del Rey cambió completamente, al ver a alguien tan cercano a él yaciendo entre los muertos, coronando una pila de cadáveres. Su reina yacía allí, con el cuerpo seco de horror y las facciones reflejando una única desesperación: sus hijos. No podía ver a los mismos en ninguna parte, lo que hacía que temblara su párpado; sus dos hijos debían estar vivos, sino solo quedaría con él una hija, que ya se encontraba lejos del mundo posible del Rey.
Kiyoshi: Fue un error. Serás una de las mujeres mas bellas que conozco, pero no eres más que el ser más horrible que he visto. Te prometo tu muerte, Ōtsutsuki Kaguya. No importa que sea de mi, pero tu muerte acaecerá tarde o temprano, y el mundo volverá a su ciclo. El recuerdo de quien murió por traer vida de los dos al mundo y el recuerdo de quien murió por cuidar a nuestros dos hijos no perecerá, te juro que eso volverá a ti. No se si ahora, pero se cernirá como la espada de Damocles sobre ti.
Con un rayo salido de una palma cargada de un brillante negro, Kiyoshi mandó a una enorme distancia a la Princesa, que destrozó una montaña con su propio y resistente cuerpo al chocar con la misma. De esa lejanía la Princesa volvió tras Kiyoshi rompiendo el Espacio, lanzándole unos huesos que comenzaban a corroer su cuerpo con solo tocarlo, de una fuerte descarga de chakra, el efecto fue rechazado mientras unas gemas copaban el espacio cedido por las heridas. - No te será fácil matarme, Kaguya-hime... - Una esfera enorme se formó sobre el Rey, para comprimirse en un espacio más chico que el puño cerrado del mismo, a quemarropa disparó toda esa energía contra su adversaria, que se retiró con solo unas heridas superficiales, habiendo desintegrado parte de la esfera con sus huesos. - Pues deberás esforzarte más si deseas hacerme algún daño, Rey Negro. - Comenzaron a intercambiar golpes entre sí, las uñas de Kaguya tenían la dureza para poder atravesar la carne de Kiyoshi, pero apenas salían de su cuerpo el mismo cicatrizaba, los golpes del Rey cortaban el aire por la mitad, haciendo cortes sobre la piel de la Diosa Conejo. Los ojos de la Diosa contrajeron sus pupilas, mientras venas se engrosaban a su alrededor, sin embargo al mirar el cuerpo de Kiyoshi no encontraba punto alguno que denotara donde debía atacar para destrozarlo, todo era una soporosa neblina, que corría dentro de él, girando alrededor de un corazón envuelto de Cristal. - ¡¡Vete de aquí o únetenos Kiyoshi!! - Atrapó al Rey con su cabello, y lo lanzó a distancia mientras una serie de agujas se disparaban del mismo hacia él. Se suspendió flotando en el aire mientras un manto oscuro se sumía sobre su cuerpo, destruyendo las agujas.
Con su velocidad el logró colocarse tras Kaguya, para verse congelado, el lugar en el que se encontraban era ahora un témpano de hielo, el Rey no podía explicárselo. Con el calor de su energía pura desintegró el glaciar, y el agua brilló como plata líquida. - Vaya, ¿nos movemos de escenario? Princesa, gracias por llevarme de viaje. - Ella adoptó una posición de combate, colocando sus brazos en una guardia suave hacia Kiyoshi. Tras él unas alas de pura energía negra se habían formado, dando la curiosa forma de plumaje. Él se sorprendió al verlo, mientras ella lanzaba una serie de golpes de vacío, destrozando todo el glaciar; envuelto en sus alas, el Rey salió prácticamente inerte. - Creo que esto debe terminar lo mas rápido posible, Princesa Kaguya, esto terminará ahora mismo, si vivo, si muero, eso solo es una circunstancia. - Chasqueando los dedos, un portal los redirigió nuevamente a las ruinas de Aintza Hilobiak, donde una enorme caja metálica se formó alrededor del cuerpo de Kaguya, la caja brillaba como lava ardiendo. Sobre Kiyoshi se formó una enorme Bola Final de la Destrucción Kagami, que tenía un tamaño veinte veces más grande al de las anteriores, esa esfera se clavó sobre una espada etérea, sostenida por el puño del Rey. - Desaparecerás, desapareceré, desapareceremos, somos monstruos en este mundo que no corresponde a nosotros, Kaguya-hime. - La caja contenedora se desintegró mientras una Bola de la Búsqueda de la Verdad de tamaño similar crecía sobre Kaguya, ambas esferas se lanzaron hacia las otras, estallando y dejando de ese espacio nada. Las aguas de un océano distante comenzaron a inundar el lugar, mientras un nuevo polvo primigenio surgía del todo. - Muere. - Anatta atravesó en un hombro a la Diosa Conejo, mientras el Rey era atravesado en sí por un hueso recubierto de una esfera de Kaguya, una parte del alma de Kaguya se vio desgarrada, atrapada para siempre en Anatta, mientras el rey gravemente herido caía al mar. - ¿Sería eso todo? - Kaguya se fue del lugar en un portal, al mismo tiempo que una luz incontenible ascendió de la dirección de Waldverwüstet, toda la ciudad se había desaparecido, ya no se encontraba en donde había estado siempre y donde nunca volverá a estar. Kiyoshi en el agua se escondió en un portal, cayendo dentro de su ciudad nuevamente, de sus ruinas. Cerró los ojos y durmió un tiempo. Un sol irreal salió al otro día.
Inesperado[]
Un lugar oscuro, callado, solo se sentía el batir del viento entre... ¿Ramas? Sí, ese era el sonido de un bosque. ¿Un bosque sin hojas? No lo sabía. Abrió los ojos con dificultad, estaba algo cansado, pero increíblemente no tenía ningún daño colateral por la caída desde tanta altura hasta el agua del nuevo océano. Su cuerpo y la cristalina bendición de unas gemas incrustadas en su cuerpo por la fuerza superior de una deidad mas allá de cualquier poder tangible y hasta intangible para ellos lo había bendito, con la desgracia de una maldición al ocaso de sus días. Lo que vio confirmó sus suposiciones, era un bosque sumergido en una pacífica, calma y luminosa noche; algunas hojas otoñales caían movidas por la brisa desde los árboles, y el rocío brillaba con los rayos lunares, reflejando sin lugar a dudas una protección. El Rey Negro contaba en sí con la protección de la luna, ¿por qué?
Escuece tanto... - Aún recostado sobre algo que no podía definir, Kiyoshi comenzó a palpar la zona herida por las técnicas mixtas de Kaguya que habían atravesado su pecho justo sobre su corazón (y que, según él había previsto, deberían haberlo introducido en cercanía del plácido Tánatos), para descubrir sorprendentemente que de la descomunal herida dada en un principio, no quedaba nada más que una dolorosísima costra sobre el exacto punto perforado por el hueso, costra que relucía despidiendo una gama de hermosos violetas, en consonancia de brillos con la superficie sobre la cual hallábase él acostado. - ¿¡Qué demo- - Ni siquiera había terminado de decir "demonios" que un inconcebible acceso de dolor lo colmó, pasando a prorromper en gritos y súplicas para que frenase ese sufrimiento. Una mano cálida y calma, con algunas arrugas, se posó sobre sí y tocó un punto específico sobre la herida, pasando así a calmarse los dolores del Rey. - Vaya, ya estás despierto, pero no seas inquieto, tu herida es muy grave, otra persona no hubiera sobrevivido el tiempo suficiente para poder salvarse. - El oír otra voz golpeó en conmoción a Kiyoshi, quien intentó articular palabra, siendo tapada su boca por otra mano del misterioso hombre. - No no, no tienes la fuerza suficiente como para poder hacer eso ahora, mi Rey, pero quédate tranquilo, no soy más que un aliado traído a ti por el mismísimo destino.
Tras lograr que el soberano se quedase quieto, el hombre se sentó sobre el suelo de la habitación y comenzó a reunir toda su energía, junto a la del ambiente. - Ese tipo de técnicas... - Unos minutos mas tarde esta persona se cubrió en una poderosa ráfaga de chakra, que brilló lo suficiente como para revelar a un rostro bastante envejecido, proliferado en arrugas y signos de edad. Con su mirada el joven Rey (o podría llamarse a sí mismo Emperador) de Trostlosigkeit recorrió el cuerpo y facciones de aquél allí presente. Podían verse las marcas de una larga, tortuosa y cruda vida como shinobi, la piel curtida, seca, casi parecía un viejo cuero; una serie de detalles que llamaban altamente la atención del Rey, eran las "luces" de brillante negro que se desprendían de su piel a entre las ráfagas; pero, a pesar de todo y dura vida señalizada, en sus ojos no había una gota de rendición ante la vida o la muerte. Él deseaba pervivir, quería perdurar para siempre, se denotaba. - ¿Me permitirías comenzar el final de tu curación? - Sin esperar respuesta alguna de parte del joven de cabellos oscuros, él imbuyó sus brazos en un manto de potente chakra negro, blanco, gris, luminoso, oscuro, bueno, malo, indefinido. - ¡¡Alto!! - Quien se encontraba cubierto en el manto cortó todos sus movimientos en seco, expectante. - No te has presentado ante mi, extraño, ¿crees que te dejaría actuar sobre mi vida sin siquiera saber tu nombre e intenciones? Preséntate, y dime por qué me prestas esta ayuda.
¿Cómo puedo conocerte entonces?
Me puedes llamar como me nombró mi hija en nuestros últimos momentos, yo soy "L'Empereur", y eso es lo único que importa de mi.
L'Empereur... - El impecable rey tomó su barbilla con el filo de la mano, y rascó así la misma. - Entonces... Tu también eres un padre, ¿sabes algo sobre mis hijos? - Extendiendo su brazo, apoyó su mano sobre el hombro de quien lo había despertado. - Tus hijos... Bueno, curioso, tu hija fue quien me salvó a mi, y también fue quien propuso el salvarte, Kiyoshi. De tus hijos, sabemos que están a salvo, pero no sabemos donde, lo lamento.
Entiendo... Muchísimas gracias L'Empereur, a pesar de ser un extranjero has demostrado ser un gran súbdito. - Kiyoshi se incorporó lentamente, su cuerpo comenzaba a ser rodeado por un aura brillante, radiante. - ¿Cuándo volverá ella? - Preguntó Kiyoshi mientras un casi imperceptible resplandor de sus heridas, las cuales como obra de un poder supremo cerraban. L'Empereur veía dicha habilidad perplejo. ¿Ese era el Primer Rey? ¿El Rey Negro? ¿El Sabio del que descendía toda la sabiduría que había alcanzado? - Volverá en lo que la luna sea llena... El tiempo aquí no se mueve como en la Tierra, estamos... Estamos en el medio de los tiempos, la verdad ni con todos los conocimientos que he adquirido puedo decir lo que es. Lo lamento, mi rey Kiyoshi.
Padre... Hija... Esas palabras resonaban en la mente de Kiyoshi mientras esperaba la vuelta de su retoño, hacía años no la veía; prácticamente desde que «eso» había sucedido, él no había vuelto a verla. ¿La extrañaba? Seguramente, pero para su pesar no podía entregarse a buscarla para hablar, ni siquiera eso, verla con más asiduidad. Ser el soberano absoluto de un territorio tan vasto como era Trostlosigkeit apenas sí le dejaba el tiempo de descanso y retiro mínimo, y no podía dejar su corona, las leyes de la Confederación lo hacían por obligación deber permanecer al mando, ya que encaso de cesar en el mismo podía verse desplazado del mismo permanentemente. ¿Podría su hija comprender todo esto? ¿Y quién era este extraño que se hacía llamar a sí mismo «L'Empereur» sin dar a conocer su verdadero nombre? Estas dudas circulaban con asiduidad por la mente del soberano mientras reposaba en una cámara de Waldverwüstet.
Sí, allí se encontraba él, descansando en su oneroso palacio de Waldverwüstet, con toda la ciudad a su disposición, perfectamente conservada como si ningún evento del combate la hubiese afectado (cosa bastante improbable, dada la fiereza del combate entre el Rey y la Princesa). Solo un detalle disgustaba enormemente a Kiyoshi, y este era el hecho de que era el único habitante en aquella la ciudad mas grande de todo el mundo... L'Empereur, por más que Kiyoshi le había ofrecido que sea su acompañante para vivir con él en la ciudad, se negó muy educadamente, para luego volver al punto donde el Rey Negro había despertado.
Caminar era lo único que hacía el soberano en la ciudad muerta: solo el eco de sus pasos acompañaba al monarca en tamaña capital. Visitaba las zonas más activas de la ciudad en la recientemente perdida época dorada, el mercado, sus bulevares, los barrios de los artistas, el monte del templo: una obra que él había mandado construir para lo que popularmente se conocía como el «Ídolo de la Lágrima Cristalina», una deidad que, por su efigie de singular belleza (cuyas lágrimas se decía no eran otra cosa que el efecto de la cristalización del poder yacente en las palmas del entonces orgulloso soberano) era de un culto respetuoso en el ámbito ciudadano. Pero para él no era solo un templo, era El Templo. Entre ese templo y su palacio dividía el tiempo que no pasaba caminando.
Una de las mayores maravillas de esta cultura desaparecida en los albores del tiempo era sin lugar a dudas sus obras, tanto en lo objetivo de la necesidad como en lo subjetivo del arte. No existía biblioteca con conocimientos tan vasta como la del mismo Rey en todo Waldverwüstet, y allí es donde pasaba buena parte de esos días solitarios, prefiriendo dormir en un trono instalado en la misma biblioteca que en sus propios aposentos, por mas cómodo que resultase esto último. En esos días había comenzado (y para el final de los mismos ya llevaba una buena parte hecha) la redacción de un libro, uno solo, una crónica de su vida, su ciudad, su reino, sus poderes y hasta lo que él consideró sus mas íntimos secretos de historia. Todo (y cuando se hace llamado a esta totalidad realmente se refiere a un completo, sin espacios vacíos) iba a ser formado en un libro, y el mismo quedaría allí encerrado en la noche de los tiempos de ser necesario. La historia de la Malevolencia de una raza, la Astucia de un clan, y el Poder de uno solo; la crónica del Rey Negro se selló originalmente en esa biblioteca.